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Así es la vida... (Parte II): Yo hago…. ¿Lo que quiero?


Me gustaría empezar  resumiendo una pequeña historia beduina que habla de un padre, su hijo y un burro:
Iban los tres por el desierto. El padre montaba el burro y el niño caminaba a su lado. Pasaba por allí un hombre, y dijo: “¿No te da vergüenza ir tú montado en el burro ya siendo un hombre y que tu hijo vaya caminando?
El padre se bajó de burro y puso al hijo sobre el burro.
Siguieron caminando y pasó otro hombre, les miró y dijo: “¿No te da vergüenza ir tú montado en el burro y que tu padre, siendo ya mayor y teniendo menos fuerza que tú vaya caminando?
El niño se bajó y fueron caminando los dos, el padre y el hijo.
Siguieron caminando y pasó otro hombre, les miró y se lanzó a reír. Luego dijo: “Mirad todos que espectáculo, ¡Tres burros caminando uno junto al otro!
El padre y el hijo al escuchar esto, tomaron al burro y lo cargaron en sus hombros, y así caminaron.
Nosotros, en la vida real actuamos de igual manera que estos tres personajes e inconscientemente educamos a nuestros hijos para que actúen  así y sin rechistar.
Nuestros actos se dirigen a complacer a los demás. Hacemos las cosas  porque nos lo dice el otro y no por nosotros mismos.
Desde  el colegio, desde nuestra infancia, ya desde que nacemos nos programan de esta manera……
Muchos dirán que estoy exagerando, pero no más allá de la realidad utilizamos, generalmente, unos discursos que  se nutren de los castigos, premios, reproches y chantajes para su existencia. Y si lo piensan, todas estas acciones están presentes en nuestra vida desde que nacemos, en formas de intimidación y  tentaciones. Son nuestras herramientas en el día a día de día de la educación.
¿A quién, de pequeño, no le han dicho esto? O ¿Quién, de mayor, no se lo ha dicho a su hijo?
“¡O recoges los juguetes, o no ves la televisión!”  Esta promesa dice claramente: si no haces lo que el otro quiere habrá una consecuencia mala. Dicho de otro modo, es una intimidación, un castigo. Es leer este ejemplo, y venirme a la cabeza la “adorada” Supernany. (Ya hablaremos de sus métodos infalibles)
La favorita de los padres es la tentación: “Si recoges los juguetes…. Te compro un caramelo”. De esta manera se promete un premio. (En la adolescencia se cambia por “aprobar y comprar una moto”)
¡Que alguien se atreva a no dar el caramelo! (O la moto)
Con  estas arengas lo único que conseguimos es que los niños se muevan por una motivación externa. Algo que queda después, cuando somos mayores. El único sentido de hacer algo se basa en buscar el reconocimiento de los demás.
Estamos educados y educamos en una sociedad del “tengo que hacer…” 
¿Donde queda el propio deseo de hacer las cosas?
                                                                                                            Borja Quicios Abergel

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